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domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPITULO I






La escasa luz de una lámpara de queroseno iluminaba tenuemente la fatídica escena.  El doctor François observaba desde la distancia, al igual que las dos enfermeras que lo ayudaban a examinar al niño de seis años que llego  cuando comenzaba la noche.  Los tres sabían perfectamente cual era la enfermedad del pequeño que se retorcía de dolor y llevaba el característico olor a pescado fétido, tal como todos los demás enfermos de ese pabellón del hospital.  Trataban de inmovilizar al confundido niño para colocar una aguja en su pequeño brazo, pero toda la atención estaba centrada  en la última cama cerca a la única ventana del pabellón de los enfermos de cólera.

Aunque la enfermedad  no tenia las magnitudes de la pandemia que azoto a Francia en 1832 si era un foco  importante que se estaba recrudeciendo, afectando no solo a los mas pobres, sino que también estaba alcanzado a la alta sociedad de Marsella. A personas como  Abigail, la joven esposa del doctor Gerard Decout que llevaba una semana en brutal sufrimiento.

Gerard estaba sentado junto a la cama de su esposa y tomaba suavemente  su débil mano entre las suyas, ella giro la cabeza hacia él y abrio levemente sus ojos. Queria abrazarlo para borrar el dolor que su rostro reflejaba, pero sus brazos no respondían. Ni siquiera estaban entumecidos o adoloridos. Sus brazos al igual que resto de su cuerpo comenzaban a abandonarla. Trataba de hablarle pero su reseca boca le dificultaba mover la legua o separar los partidos labios, el retiró solo una mano y la posó sobre la frente de su amada y la deslizo hacia tras para acariciar su sedoso cabello.

- No intentes hablar, debes descansar-   Le susurro y trataba de esbozar una sonrisa, pero la experiencia que le otorgaban sus cortos años  como medico, le permitian reconocer cuando la muerte se encuentraba rodando los pasillos y las camas de sus pacientes.  Su corazón estaba agrietado y en cualquier momento se despedazaría.  Había luchado contra la enfermedad del cólera muchísimas veces, y la mayoría de ocasiones lograba vencerla, pero en su más grande batalla había sido derrotado y con  plenitud de conciencia de que no saldría victorioso. Se recriminaba ser el causante de su enfermedad, porque solo él pudo haber llevado hasta su casa la peste, y lo que mas lo atormentaba fue el haber confundido los vómitos y calambres de su amada como la promesa de aquel hijo que deseaban y buscaban a diario. Pero si su terca mujer no le hubiera ocultado la diarrea, él  podría haber detectado a tiempo la pasión colérica como algunos la llamaban.

Los minutos pasaban lentamente en el pabellón del hospital. Las enfermeras habían logrado colocar la aguja en el brazo del niño  y lo consentían para que se tranquilizara y dejara de llorar. No lo hacían por permitirles un sueño tranquilo a los demás pacientes, lo hacen para que el buen doctor Decout pudiera despedirse de su agonizante esposa. Mientras tanto el doctor François hablaba con el padre del niño al final de la cama.  Le prometía que haría todo lo posible por salvarlo, ya que sabia que el es el único hijo que le queda aun con vida.  Estaba acongojado al ver su discípulo mas aplicado sufrir tanto. Nunca había conocido a ningún hombre mas enamorado que aquel que estaba al final del pasillo.

Por momentos llegó a pensar que su brillantez como practicante era directamente proporcional al amor que irradiaba por su Abigail. Presencio por meses como el joven doctor se convertía en una promesa para la medicina; era como si en los brazos de su amada se recargara de sabiduría. En las mañanas cuando empezaban los recorridos por las camas de los enfermos o en las consultas de nuevos pacientes, el doctor François podía saber si su discípulo había visto a su prometida la noche anterior. De una sola mirada y a lo máximo dos preguntas, el joven doctor podía diagnosticar sin equivocarse y sin importar cuan rara o poco común fuera la enfermedad. La semana previa a el matrimonio, el joven no podía ni dormir y  se pasaba las horas en vela anotando, síntomas, tratamientos y esquemas de  todas las enfermedades conocidas, convirtiéndolo en un compendio muy detallado y apetecido para los nuevos estudiantes de medicina. Al regreso de la luna de miel fue una locura total, ya que el doctor François llego a pensar que en ese momento el joven medico lograría descubrir la cura para todos los males de la humanidad. Tenía la magnitud del amor reflejada en sabiduría.

 Luego de tratar al pequeño todos bien podrían haberse retirado al cuarto de descanso,  pero no lo harán por estar  cerca para cuando el fatídico momento llegara.  Deambulaban entre las camas de los pacientes revisando los frascos de vidrio con la solución salina, desechando las poncheras con los líquidos diarreicos que tenían cada uno debajo del orificio que estaba en la cama para que pudieran hacer sus necesidades sin ensuciar las sabanas. Eran tareas que normalmente se revisaban una o dos veces en la noche, pero a las cuatro de la madrugada ya lo habían hecho por decima vez.

Mientras tanto Gerard observaba sin observar a través de la ventana. Estaba perdido en sus recuerdos, como el de cuando conoció a su esposa. La bella institutriz de la nieta del gobernador de la ciudad. la pequeña niña logro asustar a todos cuando llevaba dos días de terrible dolor abdominal a causa de una indigestión  por comerse a escondidas todos los dulces que guardaba su abuela el día en el que Abigail estaba en  descanso.  Gerard llego rápidamente a la casa del gobernador dispuesto a emprender una nueva batalla contra el cólera, pero cuando vio a aquella hermosa mujer pelirroja,  de piel blanca y ojos verdes como las esmeraldas su determinación se concentro en conquistar el amor de aquella bella jove., Se dio cuenta que la pequeña solo estaba indigesta porque nunca nadie al cuidado de tan bello ejemplar podía ser devorado por tan vil enfermedad. Así que con solo preguntarle a la pequeña cuantos dulces había comido demostró su pericia en los asuntos médicos y conquisto a la joven institutriz por tan espectacular habilidad.


-Quiero que te vayas-  la tenue voz ronca de Abigail lo trajo de regreso al triste momento. El giró hacia ella con el ceño fruncido sin entender el por que de tan ridícula petición. Ella no necesitaba que el lo preguntara  por que sabia interpretar cada uno de sus gestos.

-Quiero que me recuerdes como era- le explico en un esfuerzo tremendo para hablar.

-No te preocupes, te veras peor cuando este vieja y tu rostro no  pueda alojar una arruga mas, pero aun así te adorare- le contesto de nuevo con una sonrisa fingida que obviamente ella reconoció. una s para tratar de tranquilizarla prometiéndole una vida mas allá de ese momento. Pero ella sabia que el reloj de arena de su vida estaba dejando caer los últimos granos.

-Prométeme que serás feliz- Pidió y logra apretar suavemente su mano.

-No puedo- contesto él con la voz  quebrada reteniendo sus lagrimas.

-Prométemelo-  Insistió ella y él finalmente destruyó su cordura con ríos de lágrimas que corrían por sus mejillas.

-No puedo…no puedo por que no estarás conmigo-  respondió entre sollozos y sintiendo como pedazos de su corazón caían de su pecho como si fueran viejos ladrillos de una casa que estaba a punto de colapsar. Ella retiro la mirada de su atormentado hombre y la fijo en el techo. El la observo y ve como sus ojos vidriosos vuelven a ser los bellos ojos brillantes de color esmeralda de los cuales se enamoro. La pequeña ilusión de que el amor venciera a la muerte lograba  alojarse en su interior.

-¿Abigail, estas bien?- Pregunto mientras limpiaba de su rostro los restos de su amargura.

-Solo recuerdo el día de nuestra boda- Respondió con un poco mas de vida en su voz. Gerard recobro el animo e  inmediatamente se levanto de la silla y se acomodo a su lado en la cama. Sabia que debía darle más calor y su cuerpo serviría más que cualquier manta.

-Esta bien, yo me uniré a ti pero para recordar la luna de miel- Bromeaba, y aunque no veía el rostro de su esposa porque tenia la cabeza sumergida en los risos de su cabello podía sentir su sonrisa. Estando esperanzado  baja la guardia, dejando que el cansancio le pasara la cuenta y el sueño se adueñara de él.

Al ver la escena una de las enfermeras corrió hacia ellos pero fue detenida por el doctor Francois que la sujeto por un brazo.

-Déjalos-  le pide y luego la suelta par seguir observando desde la distancia.

-Pero doctor podría infectarse él también si es que aun no se ha contagiado-  Recrimino la enfermera. No quería perder al mejor medico del hospital, aunque muy adentro sabia que en realidad lo que no quería  perder era el prospecto del viudo mas apuesto, decente, adinerado e inteligente de Marsella.

- No importa, igual él también ya esta muerto- contesto. Sabe que Abigail con su muerte también se llevaría las ganas de vivir de Gerard.




Mientras tanto al otro lado del mar en el nuevo continente y en una ciudad amurallada de encantadores balcones y calles empedradas una de las dos mujeres mas hermosas de la ciudad corría por sus calles con gran felicidad.  El hermoso vestido rosa pálido con bordados en negro contrastaba con su hermoso cabello azabache y ojos rasgados. Era una mujer de una belleza exótica que deslumbra a todos los hombres que a diario la apetecían, en especial su boca carnosa y roja. Iba de prisa con tacones y vestido de fiesta que no le impedían correr con gracia ya que su espectacular figura no necesitaba de la ayuda de un corsé o de un polisón para resaltar sus encantos. Aunque no era bien visto que una mujer anduviera sola y menos que corriera como una chiquilla a ella no le importaba. No estaba interesada en despertar mas sentimientos para futuros esposos, mas bien deseaba ser aborrecida para librarse de todos los pretendientes que acechaban a su madre desde que su padre murió, asegurándoles una vida mas cómoda y librándolas del martirio que para una mujer suponía el tener que llevar las riendas del negocio familiar.

Luciana no podía esperar para llegar a su casa y contarle la noticia a su hermana Scarlet. Así que decidió cortar camino atravesando el jardín de rosas blancas de doña Matilde aunque eso implicara que su hermoso vestido podría terminar rasgado por las espinas y ser fuertemente sermoneada por la vieja cabeza de nieve como la llamaban. No la detestaba por ser gritona y chismosa, la aborrecía por ser la más grande competencia para su hermana. Pero se arriesgo en pasar por el rosal para ahorrarse la vuelta a la manzana para llegar.

-¡Scarlet!- Grito faltando solo unos metros para llegar al portón de la casa. Atita que era la joven empleada de la familia y también la confidente de las hermanas abrió la puerta y dejo pasar a Luciana que entro como un rayo. Atita era una guajira Wayu que nació justo en el momento en que se estremeció la tierra. Por eso obtuvo ese nombre ya que para los guajiros Atitaa ,significa terremoto, pero también la causa del destierro de su ella y de su madre de la tribu. Por temor a la niña que hizo temblar la tierra. Afortunadamente para ella y Maya su madre, fueron recogidas por don Vicente, un generoso comerciante español que se dirigía hacia Cartagena con su esposa Frederika, un mujer alemana que comenzaba su embarazo de la hermosa Luciana.





Luciana corría debajo de los arcos de piedra que rodeaban el patio central buscando a su hermana.  Llego hasta las escalas al final del corredor y subió para buscarla en la habitación, pero no estaba. Entonces bajo nuevamente y se dirigió hacia el patio posterior donde se encontraba el increíble jardín de Scarlet.

-¡Lo logre, me aceptaron!- grito cuando vio a su hermana que esta en cuclillas regando cuidadosamente los claveles amarillos. Scarlet se levantó ágilmente  para recibirla en un fuerte abrazo. Estaba igualmente feliz.  Por fin Luciana haría su sueño realidad.

-Ahora no serás solo mi enfermera, serás la enfermera de toda la ciudad- le murmuro al oído con una sonrisa, Luciana se aparto y la tomo de las manos.

-Sabes que tendremos que hacer cambios, no me gusta dejarte mucho tiempo sola-

-No estaré sola- bufo algo exasperada. - Mamá, Maya y Atita estarán conmigo- replico y volvió a inclinarse para tomar la jarra y regar los claveles.

- Sabes que ellas no te cuidan tanto como yo- replico Luciana tomando uno de los mechones rojizos de Scarlet, arrancó  un clavel y se lo colocó en su sedoso cabello.  Ella se gira hacia arriba y con sus ojos verdes como esmeraldas le devolvió una sonrisa picara.

-Mas bien debes decir que no son tan obsesivas y sobreprotectoras como tu- 

Luciana le saco la lengua burlona y Scarlet la empujo haciéndola caer a su lado. Ambas reían tendiéndose en el verde y frondoso pasto que solo la menor de las hermanas Lemaitre hacia  crecer en aquella árida y calurosa ciudad. Se quedaron mirando hacia el cielo y las nubes como lo hacían desde que eran niñas.

-En cinco años aceptaran en la universidad de Marsella mujeres de otras partes del mundo para estudiar enfermería-  murmuro  Luciana sin dejar de observar al cielo. El doctor almenares director del hospital no solo le había dado el empleo como enfermera pasando por alto  las negativas de las hermanas de la caridad quienes tenían desde hace décadas la exclusividad del cuidado de los enfermos. También le prometió cartas de recomendación para que pudiera ingresar a la escuela de enfermería en Francia.

- Pues en cinco años estarás en Francia estudiando enfermería, no serás solo una empírica como aquí.

-No lo hare, ya te dije que no quiero dejarte sola-

-Iras- murmuro Scarlet y girando su cabeza hacia su hermana -En cinco años yo ya no estaré aquí- replico.

-¡No digas eso!- Exclamo Luciana  reprendiéndola.

-No te preocupes, estaré con vida, pero ya no estaremos juntas-

-¿Que quieres decir?- pregunto Luciana sentándose y mirando a su hermana menor que aun seguía tendida en el suelo.

-Le acepte a mi madre internarme como monja de claustro- respondió resignada Scarlet tratando de no mostrar el terror que para ella significaba la vida  religiosa.

-¿Estas loca?-  Grito Luciana. Sabia que su hermana se había reusado fuertemente a esa opción desde que cumplió dieciséis años cuando su madre lo planteo después de la muerte de su padre y no entendía como después de cuatro años de negativas por fin cedía.

-Claro que no, pero sabes que no tengo más opciones, es una forma segura de seguir con vida-

-Entonces vendrás conmigo- dije Luciana acostándose nuevamente en el pasto. –Tal vez en Francia podamos encontrarte una cura- agregó y tomó  de la mano a su hermana.

-Me gustaría que encontraran una cura, pues realmente quiero algún día poder enamorarme-

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Gerard comenzaba a sentir un frío que se le calaba en los huesos. Estaba en una calle desierta en medio de una niebla que envolvía la noche.  No lograba ver más allá  de unos pocos metros y no sabia que camino tomar, pero de repente la niebla se disolvió y logro ver a Abigail que le sonría desde la distancia, ella levantaba su mano y la agitaba suavemente en una despedida. Gerard trataba de correr hacia ella pero la niebla lo envolvía de nuevo en un frio aun mayor. Abrió sus ojos sobresaltado por el sueño aterrador pero su pánico realmente comienzo cuando se dio cuenta de que aquel frío provenía de la helada mujer que se encontraba a su lado.

Se levanto y vio a Abigail con la mirada perdida en el techo y una suave sonrisa dibujada en su rostro. Sus ojos verdes ya no estaban como aquellas esmeraldas  que el tanto admiraba y su piel estaba más blanca de lo normal. Su amada esposa se había ido de su lado mientras él dormía.

-¡Abigail!- grito sacudiéndola fuertemente  tratando de despertarla, pero ella estaba sumergida en un sueño del que nunca despertaría. Las dos enfermeras y el doctor François corrieron hacia ellos al igual que padre del niño. Lo sujetaron fuertemente para que soltara el cuerpo de su esposa. Gerard se tiro al suelo gritando como un hombre que estaba siendo torturado por los inquisidores de la santa iglesia. Una de las enfermeras tomo el relicario del pecho de Abigail y corto un pequeño mechón de su cabello colocándolo adentro, junto a la foto de ambos. Luego se lo entrego al destrozado hombre que estaba arrodillado en el piso.   Después envolvieron a la mujer en la sabana y dos hombres que aparecieron de la nada levantaron su cuerpo de la cama. Gerard volvió a entrar en pánico y comenzó a gritarles tratando de quitarles a su esposa.

-¿Que hacen? ¿A donde se la llevan?- los hombres lo ignoraron y continúaron su camino mientras que el doctor François y el padre del niño trataban de inmovilizarlo.  El doctor lo tomo fuertemente e hizo que lo mirara a los ojos.

-sabes que debe ser enterrada inmediatamente-

 
Los protocolos para los muertos de cólera exigían  que fueran enterrados sin rituales mortuorios para evitar propagar la infección, y el doctor François lo haría cumplir sin importar quien fuera la victima. Un pequeño rayo de cordura alcanzo a Gerard que asintió porque sabia que es lo que debía hacerse. Un destello de sol irrumpió por la ventana notificando  el nacimiento de un nuevo día y eso golpeo de nuevo a Gerard al comprender que ese seria el primer día de una existencia sin en amor de su vida. Salió disparado del hospital  corriendo por las calles de Marsella en dirección a Vieux Port para subir al primer barco que salía del puerto creyendo que con sus pasos lograría dejar atrás el dolor y la impotencia de no haber podido salvar al amor de su vida. No podía continuar allí, cada rincón de Francia tenia un recuerdo de la bella Abigail. No podía respirar el aire que ella ya no inhalaría. No podía recorrer las avenidas por las que ella desfiló. Era demasiado para su corazón saber que aquella ciudad la guardaría bajo sus pies y nunca se la devolvería.

No sabia para donde iba, lo único que le importaba era perderse en un mar de olvido.


NOTA DEL AUTOR

Gracias por leer esta historia a la cual le entregare mi corazon como a un  primer hijo. Igualmente agradezco sus comentarios ya que son el combustible que me empuja a continuar con esta creacion.

L.Farley













sábado, 21 de diciembre de 2013

INICIO DEL CAMINO




Corazones Sangrantes es una novela desarrollada en  Cartagena a finales del siglo XIX. Una ciudad perfecta para contar la historia de amor de tres personajes que lucharan por encontrar la felicidad. Lo que no saben aun, es que para encontrarla deberán enfrentarse a sus mas grandes temores y a sus mas grandes amores.

Luciana y Scarlet Lemaitre son dos hermanas de la clase media-Alta que se encuentran fuertemente unidas, no solo por el amor fraternal, también las une la necesidad que tiene una de la otra para permanecer con vida.  A pesar de ser las dos mujeres mas hermosas de la ciudad  y ser perseguidas por los hombres como su belleza lo amerita, las extrañas circuntancias que las rodea aleja a cualquiera que intenta acercarse, hasta el día en que llegué a la ciudad el joven medico Gerard Decout. Un hombre que huye de su pasado, de un amor inconcluso sin saber que se lo encontraría de nuevo en dos mujeres.

Los invito a conocer esta historia que se publicara todos los domingos.
Si quieres conocer mas sobre Luciana Scarlet y Gerard los espero el proximo 29 de diciembre.

Gracias por iniciar junto a mi este camino.

L. Farley




domingo, 17 de noviembre de 2013

PDF DE SILUETAS DE CINCUENTA SOMBRAS




Queridos Lectores


Primero que todo quiero agradecerles una vez mas por acompañarme en este camino de creación literaria el cual nunca había explorado. Es muy  satisfactorio poder leer sus comentarios, los cuales me motivaban a sacar tiempo para dedicarme a este arte que esta mas que lejano de mi carrera profesional. En este momento me encuentro trabajando en una nueva historia que espero les guste, la cual empezara publicaciones el 22 de diciembre. 

Quiero compartirles mi fanfiction en PDF sobre Cincuenta sombras de Grey, una historia que nos enamoro y que estoy segura que permanecerá en nuestro corazones por mucho tiempo.


Este es el Link para que puedan descargarlo