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domingo, 12 de enero de 2014

CAPITULO 3




Luego de un terrible viaje a lomo de mula por fin Gerard y Cedric llegan  al ingenio Carolina en Cienfuegos, el más grande y moderno de Cuba.  Tras medio día de espera finalmente son atendidos no de muy buena gana por el capataz. Él los observa desde su silla con los pies montados en la mesa mientras se fumaba un tabaco de exquisito olor que Cedric anhela tener en su boca. No son los esclavos que él busca para trabajar en los cañaduzales, el hombre de la cicatriz tiene buena forma, pero el joven delgado que lo acompaña pareciera que en cualquier momento se desarmaría.

-No me interesan sus servicios. Necesito hombre fuertes que puedan cortar caña-  Declara el capataz despectivo para frustrar rápidamente las ilusiones de aquellos aventureros. Gerard se queda pasmado cuando comprende la dura realidad que lo acaba de golpear. No es la de tener que trabajar como obrero, pues no lo entiende, ya que todas las palabras que han salido del estrafalario hombre de sombrero, botas y bigotes son totalmente ajenas para él. La realidad  es que no entiende ni una sola silaba del idioma. Esta a punto de salir corriendo de aquel despacho para intentar volver al puerto y regresar a Francia pero para su sorpresa su compañero de viaje le responde al capataz en el mismo idioma desconocido.

-Soy herrero y se manejar el Brissoneau Freres- Contesta Cedric en perfecto español aunque con marcado acento francés. El capataz sorprendido retira las piernas de la mesa y se vuelve a erguir en su silla. Esta fascinado con la declaración de  Cedric, no porque conozca el idioma como lo cree Gerard, es por ser muy atractiva la idea de tener un autentico francés manejando o reparando el molino de la misma nacionalidad que tantos beneficios le a traído la ingenio.

- Interesante- Responde el capataz y coloca sobre la mesa su tabaco.  - ¿Y usted?-  Pregunta dirigiéndose a Gerard.  El hombre se queda esperando la respuesta de el joven que lo mira extrañado pero es Cedric quien contesta.

-Viene conmigo a probar fortuna-

-¿Es herrero y conoce el molino?- Pregunta el capataz entusiasmado, pero rápidamente sale de su euforia con la respuesta de Cedric.

-No señor, no sabe nada de maquinas, ni tampoco el idioma-

-Entonces no me interesa, solo tengo espacio en los cañaduzales y este hombre es tan flaco que no creo que pueda levantar ni el machete-

-Es una lastima, porque entonces yo tampoco me quedo- Responde Cedric y se gira hacia la salida, pero el capataz se levanta rápidamente de su silla  para detenerlo.

-Esperen un momento-  Rodea su escritorio  y se dirige a una puerta que se encuentra a la derecha.  -Síganme y probemos su suerte - Añade y cruza el umbral. Cedric  le señala la puerta a Gerard que aun esta confundido sin saber que es lo que esta pasando.  Los dos  siguen al capataz que en su andar da ordenes como loco a todos los esclavos negros y campesinos que se encuentra en el camino por los cañaduzales. Unos metros mas allá, se encuentra una mesa llena de machetes, toma uno y se lo entrega a Gerard y luego se dirige a Cedric.

-Si este hombre logra cortar el tallo de una caña de un solo tajo, será contratado para trabajar en los cañaduzales y a ambos les daré doble paga, pero si no lo logra, tendrá que irse y usted se quedara a trabajar en el molino por la tarifa normal- Lo reta el capataz  sabiendo que el desgarbado Gerard apenas puede sostener el machete. – Si no acepta el reto, los dos pueden irse- Agrega triunfante.

Cedric observa al desubicado Gerard mientras contempla el machete que le han puesto en las manos. Se acerca y le susurra al oído lo que debe hacer con el arma que sostiene.

-No se como hacerlo Cedric-

-Si no lo haces, nos tendremos que ir y  yo realmente quiero el trabajo en este lugar-

-Es tu anhelo no el mío- Responde Gerard depositando el machete en la mesa y se gira dejando a los dos hombres allí parados. Pero Cedric es un hombre inteligente y en el corto viaje aprendió como lidiar con él.

-Trabajando aquí puedes provocar una pelea con algún esclavo y lograr que te asesine con su machete- Responde cuando Gerard se aleja.  No desea realmente que su nuevo compañero de viaje muera, pero solo teniéndolo cerca podrá protegerlo de sus locuras.

Gerard se detiene abruptamente al escuchar aquella afirmación. No le gusta realmente la idea de morir bajo el suplicio de un machete, pero no  cree poder encontrar una mejor y menos sangrienta forma de morir bajo las manos de otro hombre, que sería el que tendría que afrontarse al infierno por su muerte mientras el disfrutaría del paraíso en los brazos de su Abigail. Se gira,  camina hacia la mesa y toma el machete, pero su estilo para sostenerlo delata su inminente fracaso ante los ojos de los dos hombres que lo observan. Cedric lo detiene y  le susurra nuevamente al oído la técnica que él cree será perfecta para que Gerard logre cortar la caña.

-Aquí hay una leyenda que dice que las cañas son como los crueles tentáculos del cólera-  Le miente y se retira unos metros dejando la furia en el rostro de Gerard que inevitablemente asocia aquella inofensiva planta con la cruel enfermedad que le causo la muerte de su esposa.  Levanta el machete y da un corte perfecto que incluso en su abatida logra cortar  el tallo de otras tres cañas cercanas. Cedric esboza una sonrisa mientras que el capataz levanta ambas cejas sorprendido de tan escondida habilidad, luego se gira y le entrega a Gerard una llave.

-Son las llaves del cuarto que esta al lado del molino. Encontraras solo una cama, si tu compañero se queda en ella tendrá que dormir en el piso-

  
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Scarlet se encuentra regando los corazones sangrantes esperando la noche para poder realizar su técnica especial para el cuidado de las flores.  No quiere que algún fisgón pueda ver desde alguna ventana lo que hace y le cuente a la vieja Matilde como cuida ella de su jardín. Scarlet cree que su formula es la que hace que  sus flores luzcan mas brillantes y sedosas al tacto y por lo tanto mas codiciadas.

Justo cuando el sol comienza a esconderse Luciana atraviesa el umbral de la casa que da al jardín vistiendo su nuevo uniforme de enfermera y con dos pequeñas vasijas de barro en cada una de sus manos.  Se sienta en la única banca de madera que hay en el pequeño edén y coloca una de las vasijas a su lado, mientras que le ofrece la otra a su hermana.

-Tómatelo antes de que me vaya-

-¿Y tu collar?- Pregunta Scarlet observando el cuello cubierto de Luciana y tomando la vasija que ella le ofrece.

-Aquí esta- Responde Luciana metiendo su mano en la túnica que le cubre el cuello hasta la barbilla y mostrándole el collar a su hermana para colocarlo de nuevo debajo de la túnica abrazado por sus escondidos senos. – No quiero que ningún bandido lo vea y me ataque por un valioso corazón que lleve en el pecho.- Añade.

-No te preocupes solo se llevara la esmeralda- Responde Scarlet sonriendo.

-A eso me refiero Scarlet,  a la esmeralda-

-Pues yo me refiero al que llevas adentro- Le dice tocando su pecho.  -Tu corazón es tan compasivo que vale más que cualquier joya en el mundo-  Agrega agradecida a su hermana.

-No te pongas sentimental y tomate tu medicina deprisa. Tengo que irme - Responde Luciana conmovida. -En esta otra vasija te dejo el aceite de coco-  Agrega y se levanta de la banca dándole un beso en la frente a su hermana para irse y dar inicio a su primer turno de trabajo en el hospital la Misericordia, mientras que Scarlet pasara parte de la noche limpiando las hojas de las flores con el aceite de coco que utiliza como formula secreta y luego preparando su medicina.

A partir de aquella tarde la rutina de las hermanas comenzaría al anochecer.  Luciana trabajaría en el turno nocturno  en el hospital, llegando a las cinco de la tarde para poder salir a las cinco de la madrugada. De esa forma seria una de las primeras en llegar al mercado  y llevarse los mejores ingredientes para la medicina de su hermana, y el mas refinado aceite de coco para el ritual nocturno del jardín. Scarlet comenzaría el ritual con el aceite  justo cuando el sol se ponga, bajo la complicidad de la noche hasta la una de la madrugada, cuando cumplidamente las luciérnagas patrullarían  su jardín en busca de pareja. Luego iría a la cocina a preparar la medicina que a diario necesita ingerir en dos tomas, la primera  al amanecer y la segunda al anochecer y que tomaba sagradamente desde que tenía doce años.

Cuando Scarlet tenía once años el desespero y la angustia se apodero de la familia Lemaitre. Estaban convencidos de la muerte de Scarlet cuando la marca de mujer hiciera lo que ellos evitaban a diario con sus cuidados extremos. Moriría desangrada luego de que apareciera la primera pinta en sus pololos íntimos.  Luciana que  a sus dieciséis años ya comprendía el engorroso proceso femenino, decidió luchar contra aquella sentencia para su hermana, y en las tardes se escapaba de casa  en compañía de Atita y Tiberio, buscando los viajeros que arribaban en el puerto desde otros países. Les preguntaban si conocían alguna manera para detener hemorragias y probaban cada una de las formulas que les aconsejaban dándosela a los conejos y luego de una semana de tomas, les hacían cortes en sus patas para observar el sangrado, pero nada de lo que les aconsejaban era suficientemente bueno como remedio y mucho menos como cura.

Cuando Luciana estaba por rendirse y dispuesta a  enfrentar la tragedia, encontró un judío que le dio una formula milenaria que les daban a los niños  cuando los circuncidaban. Era un ritual  que  durante siglos realizaban los en los varones, pero algunos de los niños que eran sometidos a esta práctica fallecían luego de sangrar sin poder detener la hemorragia, hasta que finalmente encontraron una forma de detenerla.

Consistía en una mezcla especial de varias plantas que funcionaban como hemostáticos.  Luciana la probó y se sorprendió al ver que después de pasar la hoja de cuchillo por la piel de los conejos estos no emitían ni una sola gota de sangre.  Preparo entonces la medicina que debería darle a diez conejos que pesarían lo mismo que su pequeña hermana, se la dio a beber todos los amaneceres y atardeceres esperando que la llegada de los trece años no acabara con su vida.  Cuando Scarlet cumplió sus quince años don Vicente realizo una hermosa fiesta de celebración en honor a su hija que seguía con vida, incluso llegaron a creer que estaba curada, pero un años después cuando sufrió su segundo corte descubrieron la terrible realidad. La medicina tan solo evitaba su menstruación, pero no era suficiente para evitar que sangrara cuando se hiriera.

Todo sucedió un día después de la muerte de don Vicente cuando cayó de un caballo. En el funeral Scarlet  fue al jardín de  la señora Matilde que se encontraba a tan solo unas cuadras y robo una de sus rosas blancas para colocársela en el pecho a su padre antes de sepultarlo. La corto sin problemas y regreso a su casa en la cual yacía don Vicente en un ataúd en  mitad de la sala. Abrió las manos de su padre para colocar la rosa pero  una de las espinas pincho su dedo. Inmediatamente el hilo de sangre comenzó a brotar sin parar advirtiendo de la enfermedad controlada pero aun sin vencer.

Desde entonces las hermanas preparaban a diario la medicina con tres bayas de muérdago, quince hojas de ortiga, dos tallos de Milenrama  y cincuenta gramos de raíz de Equiseto, pero lo mas importante eran las diez hojas de bolsa de pastor que  cada mes les llevaban desde la capital y que debían racionar hasta el próximo regreso del comerciante que se las entregaba.
Debían macerar cada uno de los ingredientes hasta obtener una pasta compacta y sin grumos, lo cual demoraba cuatro horas en el pequeño pilón de encino. Luego se le agregaba el jugo de media taza de limón y se dejaba reposar en una vasija de barro por un día. Las hermanas y Atita realizaban en las tardes esta técnica y luego en el anochecer realizaban la limpieza de las flores, pero con el nuevo trabajo de Luciana seria trabajo exclusivo de Scarlet después de la media noche. De esta forma cuando Luciana regresara ambas dormirían  hasta el medio día, y el resto de la tarde ellas estaría juntas para esquivar todos los peligros que el día  representaba para Scarlet hasta que Luciana saliera de nuevo para su trabajo.
De ese modo pasaron los siguientes tres años en la casa Lemaitre. Doña Frederika intentaba manejar el negocio de su difunto esposo, Atita y Maya se ocupaban de los que haceres de la casa y Scarlet realizaba sus rituales en la noche mientras Luciana se desempeñaba eficientemente en el hospital.


Al principio y sin la experiencia necesaria, Luciana tan solo caminaba alrededor de las camas buscando confortar a los enfermos que se consumían en sus fiebres, pero con el tiempo comenzó a descubrir que la limpieza excesiva de los instrumentos médicos y un corto baño de alcohol ayudaban a disminuir las infecciones que se pasaban de un paciente a otro. Las monjas al observar que el alcohol disminuía drásticamente en las noches, pensaron que Luciana había adquirido un desagradable gusto por la bebida que debía ser sancionada, pero nunca lograron encontrar en su aliento algo que indicara su culpa. Finalmente cuando Luciana expuso su técnica las hermanas la aceptaron de buena manera, agradecidas mas por la certeza de no ser las causantes de la ebriedad en una jovencita tan respetada y admirada, que por la de tener el hospital con mas baja infección de toda la región.


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Por otra parte en cuba los años fueron pasando lentamente  bajo rutinas iguales de estrictas. Al principio Gerard cortaba las cañas escuchando cuidadosamente las conversaciones de los demás trabajadores para lograr identificar las palabras que podrían ser un agravio, pero antes de que pudiera hacer algo  con ellas,  Cedric logro convencer al capataz para que Gerard realizara la función de carguero de caña del molino. De esta manera estaría vigilado y lograría evitar cualquier locura que Gerard pretendiera.

Al principio los demás trabajadores no intentaron nada contra el recién llegado que injustamente ganaba mas dinero, porque creían que era el amante del molinero de escabrosa cicatriz que bien podría matarlos de un solo grito, pero cuando las prostitutas del pueblo alababan las destrezas de Cedric complaciendo a tres mujeres en una sola noche, comprendieron que Gerard era tan solo un tonto protegido que a diario se perdía en sus pensamientos.

Se pasaba el día amarrando la caña y lanzándola al molino. Lo hacia perdido en las trampas de la nostalgia que lo hacían recordar sus días felices en Francia, sin darse cuenta que el tiempo pasaba y el continuaba suspendido en los días y las noches sin que algo extraordinario o diferente pasara en su vida. Cuando finalmente sintió las necesidades del desfogue del bajo vientre, tomo la solución por su propia mano porque no concebía la idea de tocar otro cuerpo que no fuera el de su esposa. Pero cuando la necesidad se hizo mas fuerte encontró la solución a su miedo de traicionar  la memoria de su adorada Abigail.

Los domingos en la noche llevaba a las prostitutas hasta los cañaduzales y se adentraban en ellos hasta estar seguros de no ser descubiertos. La mujer debía arrodillarse  colocando sus manos en la espalda y abriendo su boca para que él depositara su necesidad en ella, meciéndose hasta que la liberación de su fuego interno resbalará por su vástago terminando la tensión que volvería a tener tan solo una semana después, cuando su mano no fuera suficiente ayuda para él.  El mismo estaba sorprendido del fuego abrazador que lo acechaba en las noches, pero solo fue consiente de la causa, una tarde cuando sin buscarlo se vio en un espejo y observo como el trabajo pesado con la caña había convertido su cuerpo en el de un semental musculo. También comprendió por que algunas de las prostitutas le pedían mas que aquella práctica oral, incluso dándole un servicio gratis, tan solo por tener su cuerpo sudoroso en el de ellas.




Pero todas las rutinas pronto serian modificadas cuando en cuba se inicio la guerra de liberación del dominio Español que duraría diez años. Cedric tomo la múcura que guardaba bajo la cama con todo el dinero que había recolectado con Gerard para fundar su propio ingenio. No estaba dispuesto a perder el fruto de tres años de trabajo y arrastro a  su amigo hasta el puerto del que zarpaban los últimos barcos de la tarde de la revuelta.

- No volveré a Francia- Le dice Gerard a Cedric cuando ve que se dirige al barco que los llevaría de vuelta a su país.

-¿Estas loco? ¡No podemos quedarnos aquí!- Gruñe Cedric exasperado. Realmente aprecia a su amigo pero no quiere sufrir los estragos de una guerra.

-Lo se. Pero si me resigne a seguir con vida no será par vivir en Francia-

Cedric se da cuenta que debe tomar una decisión. Volver a Francia o aventurarse de nuevo con su ahora amigo en una nueva ciudad. Se siente tentado a dejarlo porque ya domina el español y no intentara quitarse la vida. Pero su conciencia le dice que aun se encuentra en deuda.

Cuando están en la proa del barco con destino a una nueva ciudad ambos contemplando el horizonte tratando de imaginar la nueva vida que los espera Gerard rompe la paz con una pregunta.

-¿Por que vienes conmigo Cedric?-

-Hay algo que me falto decirte de cuando el doctor François me salvo la vida- Responde Cedric sin dejar de observar el horizonte. Gerard si lo hace intrigado por aquella respuesta.

- ¿A que te refieres?-

-El doctor François me confesó que solo me salvo la vida por que tu lo convenciste de hacerlo-  Los ojos de Cedric se cruzan con los de Gerard que lo observa sin comprender, hasta que la memoria lo atropella y reconoce el hombre que considera su amigo desde hace mas de tres años.

Terminaba el turno nocturno, luego de atender el parto de una mujer. El doctor François agradecía la llegada del día para irse a descansar porque ya no tenia la misma fuerza y disposición que su  alumno. Pero justo en su salida llegan tres hombres desde un prostíbulo con un moribundo bañado de pies a cabeza en sangre. De las puñaladas en su pecho y cuello brotaban chorros como los manantiales que adornaban la plaza principal. Gerard  ordeno colocarlo en la mesa de cirugía mientras preparaba todos los instrumentos para atenderlo, pero el Doctor François lo detuvo con una terrible afirmación.

-Déjalo, a ese pobre hombre ya no podemos salvarlo- pero Gerard no estaba dispuesto a dejarlo ir sin luchar primero.

-Entonces eso significaría que no somos buenos cirujanos- responde tomando  un delantal blanco y ofreciéndole el otro a su maestro quien lo toma resignado y los sigue hasta la mesa de cirugía.


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Es medio día y Luciana y Scarlet salen de la cama y comienzan su rutina  de aseo. Después van al jardín a inspeccionar los  nuevos claveles amarillos que Scarlet sembró y luego se sientan en la banca de madera esperando el Te que pronto les llevara Atita. De repente, el sonido de las calderas de un barco que anuncia su llegada desde cuba, les agita a  ambas el corazón, con un estremecimiento sísmico que les advierte que sus vidas pronto dejaran de ser las mismas.






NOTA DEL AUTOR

Gracias por leer esta historia a la cual le entregare mi corazón como a un  primer hijo. Igualmente agradezco sus comentarios ya que son el combustible que me empuja a continuar con esta creación.





L.Farley





domingo, 5 de enero de 2014

CAPITULO 2




El sol se sumerge en el océano brindando un hermoso espectáculo para los pasajeros  del trasatlántico de la compañía naviera francesa “La Trasant” que esa mañana inicio su viaje bajo excelentes condiciones. Los pasajeros disfrutan la vista luego de una mañana y parte de la tarde llena de mareos y vómitos propios de las primeras horas de viaje, pero la gran mayoría han superado los síntomas y se relajan con la brisa y los destellos del atardecer. Solo uno de ellos que permanece en la proa no disfruta del espectáculo. Mantiene su mirada fija en las olas que se rompen en el barco deseando ser una de ellas. Siente que su vida vale menos que la ausencia de su esposa por lo que esta decidido a pasarse el barandal y lanzarse a las congeladas aguas para poder unirse al amor de su vida. Sin embargo su arraigada educación no le permite  hacerlo en ese momento ya que las damas y escasos niños que se encuentran en la cubierta podrían no soportar un drama de tales magnitudes tan solo iniciando el viaje, además el hombre de casi dos metros de alto y escabrosa cicatriz en su cuello no le quita la mirada de encima. No entiende por que y tampoco le interesa, tan solo piensa que después de la cena cuando todos los pasajeros se retiren hacia sus camarotes él podrá salir y encontrarse con su destino. Solo la muerte lo llevara a los brazos de su amada.

Pasadas las diez de la noche ya no se escuchan sonidos provenientes del comedor ni en los pasillos. Gerard cierra el relicario de la foto de Abigail con el mechón de su cabello y lo guarda en el bolsillo de la chaqueta cerca a su pecho.  Luego  llena el resto de sus bolsillos  de monedas y todos los artículos pesados que encuentra en el camarote. Quiere asegurarse de no flotar y ahogarse rápidamente en caso de que la quilla del barco no lo destroce. Abre lentamente la puerta y se cerciora de no ver a nadie, camina decidido hacia la cubierta desolada con la mirada fija en la baranda que serán los escalones para su liberación pero faltándole pocos metros una mano lo sostiene fuertemente haciéndole retroceder.

-Se demoro en venir. Creí que lo intentaría durante la cena- El hombre que lo vigilaba en el atardecer lo arrastra lejos de la proa.

-¡Suélteme!- Forcejea Gerard pero escasamente logra alejarse de el- ¿Quién demonios es usted?- Le gruñe al hombre.

-Soy el encargado de mantenerlo con vida durante el viaje y de asegurarme de que no se haga daño- Responde sin dejar de arrástralo hasta la seguridad de una de las sillas que hay bajo la estructura del puesto de mando. -Debe llegar vivo a Cuba- Añade.

Gerard lo mira asombrado por la respuesta de aquel hombre. No tanto por el destino del barco que pensaba abandonar antes de llegar a su puerto final. Lo asombraba el hecho de que su agonía era tan obvia que la tripulación del barco decidiera asignarle un vigilante. El hombre se sienta a su lado y saca un cigarro de la bota y un fosforo de la otra. Gerard entiende que alguien tan tosco y de tan poca elegancia no podía ser parte de la tripulación de primera clase del barco,  y si lo fuera seria imposible que descubriera su dolor ya que desde que subió al barco no había derramado ni una sola lagrima.

-Se equivoca usted señor si piensa que hare algo contra mi vida-   Le reprocha al hombre que da grandes bocanadas a su cigarrillo- Tan solo deseaba un paseo por la cubierta y tomar la brisa de la noche-

-Se lo de su esposa doctor-  Murmura el hombre mirando hacia el horizonte y suelta una columna de humo por nariz y boca.- Lo lamento mucho- Añade y se gira para mirar a Gerard que lo observa aun mas sorprendido. No es alguien que él conozca para que sepa su historia.

-No se preocupe estoy bien, como le dije solo quiero refrescarme en la brisa de la noche- Responde y se levanta de  la silla. El hombre se queda sentado pero lo observa firmemente. Gerard sabe que debe establecer una conversación para relajar al hombre y poder acercarse al borde del barco. Cuando el trepe por la baranda el hombre no podrá alcanzarlo.

-¿Cual es su nombre?- Pregunta Gerard llevándose las manos a los bolsillos del pantalón y mirando al cielo estrellado.

-Me llamo Cedric Gaudet-

-¿Y que hace en este barco?- Pregunta para cerciorarse si es parte de la tripulación.

- Inicialmente creí que seria solo un pasajero mas con destino al nuevo mundo para probar fortuna, pero justo antes de salir me convertí en su custodio-

-¿Y me podría decir como sucedió eso?- Se gira Gerard para observar el hombre que aun se encuentra sentado. - No recuerdo haber contratado ese servicio cuando compre el boleto- Agrega con desdén.

- Créame mi buen doctor que no es una tarea la cual disfruto, pero soy un hombre que paga sus deudas. Por eso accedí  a protegerlo aun de usted mismo-

- ¿Y me podría decir a quien le debe que le pide como pago mi supervivencia?- Pregunta intrigado Gerard comenzando su camino disimulado hacia estribor. Cedric apaga su cigarrillo en el piso y se abre la camisa dejando al descubierto una enorme cicatriz que va desde su cuello viajando por su pecho hasta el abdomen.

- El doctor François salvo mi vida luego de una pelea- Responde, luego comienza a abotonar su camisa. Mira fijamente a Gerard y le da la explicación que su rostro exige.

-Cuando usted llego a la estación corriendo y subió al barco el doctor François venia detrás suyo.  Cuando me vio me dijo que usted era un doctor que acababa de perder a su esposa- Cedric se levanta  y se lleva las manos a los bolsillos imitando a Gerard que comienza a alejarse mas.   -Estaba preocupado de que usted hiciera una locura. Así que me ofrecí para cuidarlo durante el viaje como agradecimiento por sus esfuerzos por salvarme la vida- Añade firmemente haciéndole entender que se encargara de cumplir su promesa.  Gerard comprende que ese hombre realmente conoce su situación y no lo dejara suicidarse, así que aprovecha el momento y corre hacia estribor,  se apoya de una columna y sube por las barras de la baranda y  salta pero en el aire es sostenido por el brazo. Cedric lo toma firmemente con las dos manos y Gerard solo intenta zafarse.

-¡Suélteme!- Grita meciéndose en el aire al borde del  barco pero Cedric lo sujeta fuertemente  -¡Solo quiero estar con Abigail! -  Le  implora.

-¡Si lo suelto cree usted que ira al mismo lugar en el que se encuentra su santa esposa!- Le grita Cedric desde arriba mirándolo fijamente a los ojos. Gerard deja de forcejear cuando entiende el significado de sus palabras. Esta aterrado y Cedric lo ve en sus ojos entonces comienza a subirlo.  Ya arriba ambos se desploman en la cubierta y Gerard comienza a temblar. La creencia popular dice que los suicidas se van directamente al infierno, pero no es el infierno lo que lo aterraba, era la idea de pasar la eternidad lejos de su amada esposa que debería estar en el propio paraíso.

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 Frente al espejo Luciana observa como luce con su nuevo uniforme de enfermera. La costurera se lo ha  entregado  para que se lo mida y hacerle los ajustes necesarios antes de empezar su nuevo trabajo. Es una túnica gris de mangas largas muy parecida a los habitos de las hermanas de la caridad del hospital. Agradece no tener que llevar todos los accesorios propios de las damas de la época ya que le resultan demasiado incomodos, pero esta vez siente que a su vestimenta le falta algo mas de vida. Es tan aburrido y soso que podría matar del aburrimiento.  Hace muecas frente al espejo y gira de una lado para el otro tratando de encontrarle algo bueno a su figura, pero no logra encontrarlo. Detrás de ella se abre la puerta y entra Scarlet quien al verla no puede contener una risa burlona.

-Esa es otra razón más que tengo para no querer ser una monja de claustro-  Le dice a Luciana cuando la alcanza. Toma el delantal blanco que esta en la silla y le ayuda a su hermana a ponérselo.

- Supongo que solo es cuestión de tiempo para acostumbrarme.- Responde Luciana no muy convencida y suelta un bufido. – Le falta vida y color a este uniforme.

-Yo se como solucionarlo-  afirma Scarlet con una sonrisa y sale disparada de la habitación. Luego de unos minutos regresa con una pequeña bolsa de terciopelo y se la entrega a Luciana que la toma confundida. La abre y da un respingo al descubrir su contenido. Un delgado lazo de plata con un pequeño dije con forma de corazón  hecho con una esmeralda.



-¡Por Dios Scarlet! ¿De donde sacaste esto?-

-Lo compre para tu cumpleaños pero creo que esta es una buena ocasión para utilizarlo- Responde Scarlet tomando el collar de la mano de Luciana. Intenta rodearle el cuello con la nueva joya pero ella se gira y le grita.

-¡Como que lo compraste! ¿Acaso has salido a la calle sin mi?-

-No, sabes que te prometí no volver hacerlo. Atita lo compro por mí-  Responde Scarlet irritada y gira a su hermana frente al espejo para poder colocarle el collar.

-Pero como…. ¿De donde sacaste el dinero?- Pregunta mas relajada pero aun confundida  la mayor de las hermanas.

-He logrado vender muy bien las nuevas flores, son únicas y se han convertido en mi marca, al igual que las rosas blancas son  la marca de la vieja cabeza de nieve- Responde Scarlet  apoyando su barbilla en el hombro de Luciana mientras que ambas observan con una sonrisa la belleza de la nueva joya frente al espejo.

Luego de la muerte de don Vicente cuando cayo de un caballo, doña Frederika asumió el control de los negocios de la familia, pero cada vez se le hacia mas difícil manejarlo, ya que no podía desplazarse de pueblo en pueblo como lo hacia su esposo para comprar artículos que luego serian vendidos a los principales almacenes de la ciudad. Tenía que apoyarse en otros comerciantes por lo que sus ganancias eran más reducidas y como a veces le entregaban mercancía que se les dañaba en el camino, los clientes de don Vicente fueron haciéndose cada vez más escasos ya que preferían comprarles a otros comerciantes.  Mientras tanto Luciana se encargaba de llevar las riendas de la casa asegurándose de tener todo lo necesario para las cinco mujeres que la habitaban y el anciano Tiberio cuya función era la de ser el mandadero incluso de Maya y Atita y de cortar las flores del jardín de Scarlet, pero lo hacia con gusto por que sabia que en ningún lugar seria mejor tratado que bajo la casa de aquellas mujeres. Sin embargo la hermosa casa de la familia  Lemaitre cada día se iba envejeciendo por la falta de pintura y las goteras que  carcomían lentamente el techo y paredes.

Scarlet por su parte solo hacia lo único que se le permitía hacer para salvaguardar su vida, y era la de regar el jardín que con los años fue haciéndose mas grande  y hermoso. Tenía un don especial para hacer crecer las más hermosas flores, y en especial una que solo crecía en su jardín. Era una flor llamada corazón sangrante ya que su forma se asemeja a un corazón del que cae una gota de sangre. Era una extraña especie que llevaba un comerciante chino que estaba de paso en la plaza de mercado y que acepto regalársela a Atita cuando ella le pidió una semilla, pues sabia que la flor no germinaría ya que solo lo hace en tierras frías y húmedas, muy distante de lo que aquella calurosa ciudad ofrecía, pero increíblemente Scarlet logro que creciera dando hermosas flores con las que ella hacia bellos ramilletes para los funerales, pero su mayor demanda era en las decoraciones de tortas y exóticos platos para las fiestas de los mas adinerados de la ciudad. Había logrado cobrar un alto precio por decoraciones con aquella extraña pero hermosa flor. Scarlet la amaba a pesar de que todos los días le recordara su extraña enfermedad.


Después de nacer Luciana doña Frederika intento tener  el deseado hijo varón para su esposo, pero siempre que llegaba a la tercera luna llena inevitablemente los ríos de sangre corrían por sus piernas anunciando la desgracia de otro hijo perdido.  Maya al presenciar una y otra vez el sufrimiento de su patrona, opto por prepararle un bebedizo que las mujeres Wayu tomaban para fortalecer a los hijos desde el vientre. Viajo a caballo por dos días hacia la tierra de la cual fue desterrada y rogo a su abuela centenaria  que le diera la formula. Luego de tres días de suplicas la anciana asedio a darle la receta advirtiéndole la importancia de los rituales luego de beber la pócima. Cuando Maya regreso preparo la bebida a  doña Frederika que cumplió al pie de la letra las indicaciones. Luego de dos meses de tomas doña Frederika  descubrió su nuevo estado con las habituales nauseas matutinas propias de sus embarazos. Sufrió con terror la llegada de la tercera luna llena después de saberse en estado, pero afortunadamente el bebe que llevaba en su vientre continuaba aferrado a sus entrañas.

El día que Luciana cumplía sus cinco años su madre cayó al piso con aterradores dolores de parto que le duraron tres días. Finalmente con los últimos vestigios de fuerzas que le quedaban doña Frederika logro dar a luz una bebe de hermosa piel blanca y con hilos de cabello rojizo. A pesar de no ser el varón deseado don Vicente y Doña Frederika la amaron desde que la vieron pero lograron aterrarse cuando Maya advirtió que su ombligo luego de cortar el cordón no paraba de sangrar. Tuvieron que amarrarlo con casi la mitad de un tubino de hilo y colocar grandes bolas de algodón apretándolo bajo el fajón durante un mes.  Doña frederika decidió que se llamaría Scarlet recordando el rojo escarlata de su sangre pero solo cuatro años después comprenderían que bien se le ajustaba el nombre a la niña que sangraría con un solo corte hasta morir.

Todo sucedió una mañana cuando Luciana llevaba de la mano a la pequeña Scarlet a jugar por primera vez en el prado que quedaba detrás de su casa. Corrían libremente hasta que Scarlet tropezó y cayo cerca al único rosal que habitaba el jardín. La palma de su mano se rasgo en la caída con una espina y su herida no paraba de sangrar. Al ver que pasaban las horas y la niña sangraba cada vez que retiraban los paños de su mano decidieron llamar al doctor Almenares para que la examinara. Luego de algunos minutos de evaluar detenidamente la mano de la niña llamo a los padres para que lo acompañaran afuera de la habitación. Luciana que se sentía culpable del daño que había sufrido su pequeña hermanita los siguió para poder escuchar que mal podía estar atormentándola.

En el despacho de don Vicente, el doctor Almenares les revelo a los padres de Scarlet la terrible noticia sin saber que al otro lado de la puerta se encontraba la pequeña Luciana escuchando.

-¿Sabe usted que es lo que le pasa a Scarlet?- Pregunta don Vicente haciéndole un gesto al doctor para que se siente.

-Creo saberlo, pero es simplemente imposible- Contesta el doctor negándose a tomar asiento.

-¿Qué quiere decir con eso?- Pregunta doña Frederika aferrándose al brazo de su esposo.

- Que todo parece indicar que es una enfermedad propia de hombres, ninguna mujer llega a padecerla-

-Díganos de una vez por todas que le sucede a mi hija doctor- Exige doña Frederika al ver que el doctor tiene una extraña mirada. Como si no entendiera lo que pasa.

-Creo que es hemofilia, pero como les digo es imposible, porque no se conoce a una mujer con esta enfermedad.  Mueren antes de nacer-

-¿Hemofilia?- pregunta intrigado don Vicente sin entender la magnitud del padecimiento de su pequeña hija.

- Es una extraña enfermedad que no le permite al cuerpo detener las hemorragias como lo hacemos normalmente los cristianos de buena salud, puede morir desangrada por cualquier herida y no se conoce ninguna cura, y como les dije, tampoco ninguna mujer que la padezca.

- Scarlet es una niña milagro- murmura doña frederika.  - Que aun se encuentre con vida es una prueba de ello. Solo tendremos que tener especial cuidado para que no se lastime- Añade esperanzada mirando al esposo que aun sigue sin asimilar la información. Pero  al otro lado de la puerta la pequeña Luciana se horroriza al pensar que su hermanita va a morir si su no se detiene el sangrado de su herida. Así  que decide correr hasta a la habitación y sostener el vendaje para que ni una gota más pueda salir de ella, aunque tenga que vivir el resto de su vida sujetándole la mano. Mientras tanto en el despacho la conversación sobre Scarlet continúa para anunciar lo peor.

- Claro que si- Responde el doctor Almenares y luego coloca una mano en el hombro de la mujer.- Pero tiene que prepararse para perderla cuando llegue a la adolescencia- su voz es la que utiliza para informar a la familia de la inminente muerte de su paciente.

-¿Y por que cree usted eso doctor? Pregunta la madre aterrada.

- Porque probablemente muera desangrada cuando tenga su primera menstruación-  Y con aquella sentencia sale de la habitación dejando a los padres aterrados con tan obvia revelación.

 Luciana permaneció al lado de su hermanita sosteniéndole las compresas en la mano durante cinco días con sus noches, ayudada de algunas hojas que Maya colocaba en la herida logro detener el sangrado al sexto día cuando la piel de la mano comenzaba a cicatrizar. Creyó  haber encontrado la formula correcta para salvar a su hermana, pero cuatro años después cuando ella misma paso de ser una niña y se convirtió en una señorito se dio cuenta que el proceso mensual al que las mujeres eran sometidas cada mes, seria inevitablemente el proceso de muerte para su hermana. Sin embargo se dedico a  buscar una manera para evitar que aquello sucediera. Debería de haber una forma.


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Después de algunos días de tortuoso viaje Gerard continua siendo vigilado por Cedric. Aun bajando del barco este no se aleja mas que unos cuantos metros. Ambos estiran las piernas caminando por el muelle sin emitir ninguna palabra como lo hicieron durante el viaje. Finalmente Cedric saca una pluma y un papel y se lo entrega a Gerard.

-¿Podría usted escribirle una carta al doctor François para que sepa que ha llegado bien a tierra firme?-

-¿Acaso tu misión solo cubre el viaje en barco?, ¿como sabes que no intentare nada cuando te alejes?- Lo desafía Gerard al ver que Cedric  se prepara para abandonarlo.

- En sus ojos logre ver que no lo hará- contesta muy convencido  –Ahora por favor escriba esa carta, quiero seguir mi camino- Añade ansioso llevándose a la espalda una bolsa de viaje.

-¿A donde vas?-

 - Voy a probar suerte en los ingenios azucareros y si trabajo fuertemente y aprendo el proceso tal vez pronto pueda comprar el mío-

-Hare la carta si me llevas contigo- Le pide Gerard mirándolo a los ojos decidido a no dejar que aquel hombre lo deje allí.

-Los cañaduzales no son un buen sitio para un doctor - Le responde Cedric intrigado por la petición del martirizado hombre. Debería ir al hospital a buscar trabajo y no a los cañaduzales así que trata de disuadirlo causándole miedo. – Allí hay  hombres muy  peligrosos, ¡podrían matarlo!-

- Eso es lo que deseo, dejarle a otro el trabajo sucio- Responde Gerard.



NOTA DEL AUTOR

Gracias por leer esta historia a la cual le entregare mi corazón como a un  primer hijo. Igualmente agradezco sus comentarios ya que son el combustible que me empuja a continuar con esta creación.



L.Farley

domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPITULO I






La escasa luz de una lámpara de queroseno iluminaba tenuemente la fatídica escena.  El doctor François observaba desde la distancia, al igual que las dos enfermeras que lo ayudaban a examinar al niño de seis años que llego  cuando comenzaba la noche.  Los tres sabían perfectamente cual era la enfermedad del pequeño que se retorcía de dolor y llevaba el característico olor a pescado fétido, tal como todos los demás enfermos de ese pabellón del hospital.  Trataban de inmovilizar al confundido niño para colocar una aguja en su pequeño brazo, pero toda la atención estaba centrada  en la última cama cerca a la única ventana del pabellón de los enfermos de cólera.

Aunque la enfermedad  no tenia las magnitudes de la pandemia que azoto a Francia en 1832 si era un foco  importante que se estaba recrudeciendo, afectando no solo a los mas pobres, sino que también estaba alcanzado a la alta sociedad de Marsella. A personas como  Abigail, la joven esposa del doctor Gerard Decout que llevaba una semana en brutal sufrimiento.

Gerard estaba sentado junto a la cama de su esposa y tomaba suavemente  su débil mano entre las suyas, ella giro la cabeza hacia él y abrio levemente sus ojos. Queria abrazarlo para borrar el dolor que su rostro reflejaba, pero sus brazos no respondían. Ni siquiera estaban entumecidos o adoloridos. Sus brazos al igual que resto de su cuerpo comenzaban a abandonarla. Trataba de hablarle pero su reseca boca le dificultaba mover la legua o separar los partidos labios, el retiró solo una mano y la posó sobre la frente de su amada y la deslizo hacia tras para acariciar su sedoso cabello.

- No intentes hablar, debes descansar-   Le susurro y trataba de esbozar una sonrisa, pero la experiencia que le otorgaban sus cortos años  como medico, le permitian reconocer cuando la muerte se encuentraba rodando los pasillos y las camas de sus pacientes.  Su corazón estaba agrietado y en cualquier momento se despedazaría.  Había luchado contra la enfermedad del cólera muchísimas veces, y la mayoría de ocasiones lograba vencerla, pero en su más grande batalla había sido derrotado y con  plenitud de conciencia de que no saldría victorioso. Se recriminaba ser el causante de su enfermedad, porque solo él pudo haber llevado hasta su casa la peste, y lo que mas lo atormentaba fue el haber confundido los vómitos y calambres de su amada como la promesa de aquel hijo que deseaban y buscaban a diario. Pero si su terca mujer no le hubiera ocultado la diarrea, él  podría haber detectado a tiempo la pasión colérica como algunos la llamaban.

Los minutos pasaban lentamente en el pabellón del hospital. Las enfermeras habían logrado colocar la aguja en el brazo del niño  y lo consentían para que se tranquilizara y dejara de llorar. No lo hacían por permitirles un sueño tranquilo a los demás pacientes, lo hacen para que el buen doctor Decout pudiera despedirse de su agonizante esposa. Mientras tanto el doctor François hablaba con el padre del niño al final de la cama.  Le prometía que haría todo lo posible por salvarlo, ya que sabia que el es el único hijo que le queda aun con vida.  Estaba acongojado al ver su discípulo mas aplicado sufrir tanto. Nunca había conocido a ningún hombre mas enamorado que aquel que estaba al final del pasillo.

Por momentos llegó a pensar que su brillantez como practicante era directamente proporcional al amor que irradiaba por su Abigail. Presencio por meses como el joven doctor se convertía en una promesa para la medicina; era como si en los brazos de su amada se recargara de sabiduría. En las mañanas cuando empezaban los recorridos por las camas de los enfermos o en las consultas de nuevos pacientes, el doctor François podía saber si su discípulo había visto a su prometida la noche anterior. De una sola mirada y a lo máximo dos preguntas, el joven doctor podía diagnosticar sin equivocarse y sin importar cuan rara o poco común fuera la enfermedad. La semana previa a el matrimonio, el joven no podía ni dormir y  se pasaba las horas en vela anotando, síntomas, tratamientos y esquemas de  todas las enfermedades conocidas, convirtiéndolo en un compendio muy detallado y apetecido para los nuevos estudiantes de medicina. Al regreso de la luna de miel fue una locura total, ya que el doctor François llego a pensar que en ese momento el joven medico lograría descubrir la cura para todos los males de la humanidad. Tenía la magnitud del amor reflejada en sabiduría.

 Luego de tratar al pequeño todos bien podrían haberse retirado al cuarto de descanso,  pero no lo harán por estar  cerca para cuando el fatídico momento llegara.  Deambulaban entre las camas de los pacientes revisando los frascos de vidrio con la solución salina, desechando las poncheras con los líquidos diarreicos que tenían cada uno debajo del orificio que estaba en la cama para que pudieran hacer sus necesidades sin ensuciar las sabanas. Eran tareas que normalmente se revisaban una o dos veces en la noche, pero a las cuatro de la madrugada ya lo habían hecho por decima vez.

Mientras tanto Gerard observaba sin observar a través de la ventana. Estaba perdido en sus recuerdos, como el de cuando conoció a su esposa. La bella institutriz de la nieta del gobernador de la ciudad. la pequeña niña logro asustar a todos cuando llevaba dos días de terrible dolor abdominal a causa de una indigestión  por comerse a escondidas todos los dulces que guardaba su abuela el día en el que Abigail estaba en  descanso.  Gerard llego rápidamente a la casa del gobernador dispuesto a emprender una nueva batalla contra el cólera, pero cuando vio a aquella hermosa mujer pelirroja,  de piel blanca y ojos verdes como las esmeraldas su determinación se concentro en conquistar el amor de aquella bella jove., Se dio cuenta que la pequeña solo estaba indigesta porque nunca nadie al cuidado de tan bello ejemplar podía ser devorado por tan vil enfermedad. Así que con solo preguntarle a la pequeña cuantos dulces había comido demostró su pericia en los asuntos médicos y conquisto a la joven institutriz por tan espectacular habilidad.


-Quiero que te vayas-  la tenue voz ronca de Abigail lo trajo de regreso al triste momento. El giró hacia ella con el ceño fruncido sin entender el por que de tan ridícula petición. Ella no necesitaba que el lo preguntara  por que sabia interpretar cada uno de sus gestos.

-Quiero que me recuerdes como era- le explico en un esfuerzo tremendo para hablar.

-No te preocupes, te veras peor cuando este vieja y tu rostro no  pueda alojar una arruga mas, pero aun así te adorare- le contesto de nuevo con una sonrisa fingida que obviamente ella reconoció. una s para tratar de tranquilizarla prometiéndole una vida mas allá de ese momento. Pero ella sabia que el reloj de arena de su vida estaba dejando caer los últimos granos.

-Prométeme que serás feliz- Pidió y logra apretar suavemente su mano.

-No puedo- contesto él con la voz  quebrada reteniendo sus lagrimas.

-Prométemelo-  Insistió ella y él finalmente destruyó su cordura con ríos de lágrimas que corrían por sus mejillas.

-No puedo…no puedo por que no estarás conmigo-  respondió entre sollozos y sintiendo como pedazos de su corazón caían de su pecho como si fueran viejos ladrillos de una casa que estaba a punto de colapsar. Ella retiro la mirada de su atormentado hombre y la fijo en el techo. El la observo y ve como sus ojos vidriosos vuelven a ser los bellos ojos brillantes de color esmeralda de los cuales se enamoro. La pequeña ilusión de que el amor venciera a la muerte lograba  alojarse en su interior.

-¿Abigail, estas bien?- Pregunto mientras limpiaba de su rostro los restos de su amargura.

-Solo recuerdo el día de nuestra boda- Respondió con un poco mas de vida en su voz. Gerard recobro el animo e  inmediatamente se levanto de la silla y se acomodo a su lado en la cama. Sabia que debía darle más calor y su cuerpo serviría más que cualquier manta.

-Esta bien, yo me uniré a ti pero para recordar la luna de miel- Bromeaba, y aunque no veía el rostro de su esposa porque tenia la cabeza sumergida en los risos de su cabello podía sentir su sonrisa. Estando esperanzado  baja la guardia, dejando que el cansancio le pasara la cuenta y el sueño se adueñara de él.

Al ver la escena una de las enfermeras corrió hacia ellos pero fue detenida por el doctor Francois que la sujeto por un brazo.

-Déjalos-  le pide y luego la suelta par seguir observando desde la distancia.

-Pero doctor podría infectarse él también si es que aun no se ha contagiado-  Recrimino la enfermera. No quería perder al mejor medico del hospital, aunque muy adentro sabia que en realidad lo que no quería  perder era el prospecto del viudo mas apuesto, decente, adinerado e inteligente de Marsella.

- No importa, igual él también ya esta muerto- contesto. Sabe que Abigail con su muerte también se llevaría las ganas de vivir de Gerard.




Mientras tanto al otro lado del mar en el nuevo continente y en una ciudad amurallada de encantadores balcones y calles empedradas una de las dos mujeres mas hermosas de la ciudad corría por sus calles con gran felicidad.  El hermoso vestido rosa pálido con bordados en negro contrastaba con su hermoso cabello azabache y ojos rasgados. Era una mujer de una belleza exótica que deslumbra a todos los hombres que a diario la apetecían, en especial su boca carnosa y roja. Iba de prisa con tacones y vestido de fiesta que no le impedían correr con gracia ya que su espectacular figura no necesitaba de la ayuda de un corsé o de un polisón para resaltar sus encantos. Aunque no era bien visto que una mujer anduviera sola y menos que corriera como una chiquilla a ella no le importaba. No estaba interesada en despertar mas sentimientos para futuros esposos, mas bien deseaba ser aborrecida para librarse de todos los pretendientes que acechaban a su madre desde que su padre murió, asegurándoles una vida mas cómoda y librándolas del martirio que para una mujer suponía el tener que llevar las riendas del negocio familiar.

Luciana no podía esperar para llegar a su casa y contarle la noticia a su hermana Scarlet. Así que decidió cortar camino atravesando el jardín de rosas blancas de doña Matilde aunque eso implicara que su hermoso vestido podría terminar rasgado por las espinas y ser fuertemente sermoneada por la vieja cabeza de nieve como la llamaban. No la detestaba por ser gritona y chismosa, la aborrecía por ser la más grande competencia para su hermana. Pero se arriesgo en pasar por el rosal para ahorrarse la vuelta a la manzana para llegar.

-¡Scarlet!- Grito faltando solo unos metros para llegar al portón de la casa. Atita que era la joven empleada de la familia y también la confidente de las hermanas abrió la puerta y dejo pasar a Luciana que entro como un rayo. Atita era una guajira Wayu que nació justo en el momento en que se estremeció la tierra. Por eso obtuvo ese nombre ya que para los guajiros Atitaa ,significa terremoto, pero también la causa del destierro de su ella y de su madre de la tribu. Por temor a la niña que hizo temblar la tierra. Afortunadamente para ella y Maya su madre, fueron recogidas por don Vicente, un generoso comerciante español que se dirigía hacia Cartagena con su esposa Frederika, un mujer alemana que comenzaba su embarazo de la hermosa Luciana.





Luciana corría debajo de los arcos de piedra que rodeaban el patio central buscando a su hermana.  Llego hasta las escalas al final del corredor y subió para buscarla en la habitación, pero no estaba. Entonces bajo nuevamente y se dirigió hacia el patio posterior donde se encontraba el increíble jardín de Scarlet.

-¡Lo logre, me aceptaron!- grito cuando vio a su hermana que esta en cuclillas regando cuidadosamente los claveles amarillos. Scarlet se levantó ágilmente  para recibirla en un fuerte abrazo. Estaba igualmente feliz.  Por fin Luciana haría su sueño realidad.

-Ahora no serás solo mi enfermera, serás la enfermera de toda la ciudad- le murmuro al oído con una sonrisa, Luciana se aparto y la tomo de las manos.

-Sabes que tendremos que hacer cambios, no me gusta dejarte mucho tiempo sola-

-No estaré sola- bufo algo exasperada. - Mamá, Maya y Atita estarán conmigo- replico y volvió a inclinarse para tomar la jarra y regar los claveles.

- Sabes que ellas no te cuidan tanto como yo- replico Luciana tomando uno de los mechones rojizos de Scarlet, arrancó  un clavel y se lo colocó en su sedoso cabello.  Ella se gira hacia arriba y con sus ojos verdes como esmeraldas le devolvió una sonrisa picara.

-Mas bien debes decir que no son tan obsesivas y sobreprotectoras como tu- 

Luciana le saco la lengua burlona y Scarlet la empujo haciéndola caer a su lado. Ambas reían tendiéndose en el verde y frondoso pasto que solo la menor de las hermanas Lemaitre hacia  crecer en aquella árida y calurosa ciudad. Se quedaron mirando hacia el cielo y las nubes como lo hacían desde que eran niñas.

-En cinco años aceptaran en la universidad de Marsella mujeres de otras partes del mundo para estudiar enfermería-  murmuro  Luciana sin dejar de observar al cielo. El doctor almenares director del hospital no solo le había dado el empleo como enfermera pasando por alto  las negativas de las hermanas de la caridad quienes tenían desde hace décadas la exclusividad del cuidado de los enfermos. También le prometió cartas de recomendación para que pudiera ingresar a la escuela de enfermería en Francia.

- Pues en cinco años estarás en Francia estudiando enfermería, no serás solo una empírica como aquí.

-No lo hare, ya te dije que no quiero dejarte sola-

-Iras- murmuro Scarlet y girando su cabeza hacia su hermana -En cinco años yo ya no estaré aquí- replico.

-¡No digas eso!- Exclamo Luciana  reprendiéndola.

-No te preocupes, estaré con vida, pero ya no estaremos juntas-

-¿Que quieres decir?- pregunto Luciana sentándose y mirando a su hermana menor que aun seguía tendida en el suelo.

-Le acepte a mi madre internarme como monja de claustro- respondió resignada Scarlet tratando de no mostrar el terror que para ella significaba la vida  religiosa.

-¿Estas loca?-  Grito Luciana. Sabia que su hermana se había reusado fuertemente a esa opción desde que cumplió dieciséis años cuando su madre lo planteo después de la muerte de su padre y no entendía como después de cuatro años de negativas por fin cedía.

-Claro que no, pero sabes que no tengo más opciones, es una forma segura de seguir con vida-

-Entonces vendrás conmigo- dije Luciana acostándose nuevamente en el pasto. –Tal vez en Francia podamos encontrarte una cura- agregó y tomó  de la mano a su hermana.

-Me gustaría que encontraran una cura, pues realmente quiero algún día poder enamorarme-

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Gerard comenzaba a sentir un frío que se le calaba en los huesos. Estaba en una calle desierta en medio de una niebla que envolvía la noche.  No lograba ver más allá  de unos pocos metros y no sabia que camino tomar, pero de repente la niebla se disolvió y logro ver a Abigail que le sonría desde la distancia, ella levantaba su mano y la agitaba suavemente en una despedida. Gerard trataba de correr hacia ella pero la niebla lo envolvía de nuevo en un frio aun mayor. Abrió sus ojos sobresaltado por el sueño aterrador pero su pánico realmente comienzo cuando se dio cuenta de que aquel frío provenía de la helada mujer que se encontraba a su lado.

Se levanto y vio a Abigail con la mirada perdida en el techo y una suave sonrisa dibujada en su rostro. Sus ojos verdes ya no estaban como aquellas esmeraldas  que el tanto admiraba y su piel estaba más blanca de lo normal. Su amada esposa se había ido de su lado mientras él dormía.

-¡Abigail!- grito sacudiéndola fuertemente  tratando de despertarla, pero ella estaba sumergida en un sueño del que nunca despertaría. Las dos enfermeras y el doctor François corrieron hacia ellos al igual que padre del niño. Lo sujetaron fuertemente para que soltara el cuerpo de su esposa. Gerard se tiro al suelo gritando como un hombre que estaba siendo torturado por los inquisidores de la santa iglesia. Una de las enfermeras tomo el relicario del pecho de Abigail y corto un pequeño mechón de su cabello colocándolo adentro, junto a la foto de ambos. Luego se lo entrego al destrozado hombre que estaba arrodillado en el piso.   Después envolvieron a la mujer en la sabana y dos hombres que aparecieron de la nada levantaron su cuerpo de la cama. Gerard volvió a entrar en pánico y comenzó a gritarles tratando de quitarles a su esposa.

-¿Que hacen? ¿A donde se la llevan?- los hombres lo ignoraron y continúaron su camino mientras que el doctor François y el padre del niño trataban de inmovilizarlo.  El doctor lo tomo fuertemente e hizo que lo mirara a los ojos.

-sabes que debe ser enterrada inmediatamente-

 
Los protocolos para los muertos de cólera exigían  que fueran enterrados sin rituales mortuorios para evitar propagar la infección, y el doctor François lo haría cumplir sin importar quien fuera la victima. Un pequeño rayo de cordura alcanzo a Gerard que asintió porque sabia que es lo que debía hacerse. Un destello de sol irrumpió por la ventana notificando  el nacimiento de un nuevo día y eso golpeo de nuevo a Gerard al comprender que ese seria el primer día de una existencia sin en amor de su vida. Salió disparado del hospital  corriendo por las calles de Marsella en dirección a Vieux Port para subir al primer barco que salía del puerto creyendo que con sus pasos lograría dejar atrás el dolor y la impotencia de no haber podido salvar al amor de su vida. No podía continuar allí, cada rincón de Francia tenia un recuerdo de la bella Abigail. No podía respirar el aire que ella ya no inhalaría. No podía recorrer las avenidas por las que ella desfiló. Era demasiado para su corazón saber que aquella ciudad la guardaría bajo sus pies y nunca se la devolvería.

No sabia para donde iba, lo único que le importaba era perderse en un mar de olvido.


NOTA DEL AUTOR

Gracias por leer esta historia a la cual le entregare mi corazon como a un  primer hijo. Igualmente agradezco sus comentarios ya que son el combustible que me empuja a continuar con esta creacion.

L.Farley













sábado, 21 de diciembre de 2013

INICIO DEL CAMINO




Corazones Sangrantes es una novela desarrollada en  Cartagena a finales del siglo XIX. Una ciudad perfecta para contar la historia de amor de tres personajes que lucharan por encontrar la felicidad. Lo que no saben aun, es que para encontrarla deberán enfrentarse a sus mas grandes temores y a sus mas grandes amores.

Luciana y Scarlet Lemaitre son dos hermanas de la clase media-Alta que se encuentran fuertemente unidas, no solo por el amor fraternal, también las une la necesidad que tiene una de la otra para permanecer con vida.  A pesar de ser las dos mujeres mas hermosas de la ciudad  y ser perseguidas por los hombres como su belleza lo amerita, las extrañas circuntancias que las rodea aleja a cualquiera que intenta acercarse, hasta el día en que llegué a la ciudad el joven medico Gerard Decout. Un hombre que huye de su pasado, de un amor inconcluso sin saber que se lo encontraría de nuevo en dos mujeres.

Los invito a conocer esta historia que se publicara todos los domingos.
Si quieres conocer mas sobre Luciana Scarlet y Gerard los espero el proximo 29 de diciembre.

Gracias por iniciar junto a mi este camino.

L. Farley