Con la intrusión de Atita en el
cuarto de las hermanas, se cuela el frío congelante de la muerte. Ese frío que
inmoviliza el cuerpo y bloquea La razón. La dama justa había llegado a la casa Lemaitre
para reclamar a la mujer que perdió un las ganas de vivir cuando perdió sus
ganancias en la vida.
Scarlet siente como aquella dama
oscura pero justa con cada persona en la tierra, la observa recordandole su
inevitable reunión. Una cita que a diario se agenda pero que no se cumple.
Luciana reúne todas sus fuerzas y sale de la habitación dejando a su hermana y
a la criada tras ella. Va directamente hacia la silla mecedora en que diario su
madre lee algún libro luego del almuerzo, pero esta vez, la encuentra con la cabeza ladeada hacia su
hombro, con los ojos cerrados y con la pequeña caja de madera que hace de
joyero, entre las manos sobre su regazo. Intenta llamarla tomándole el rostro
con sus manos a cada lado de la mejilla, pero Frederica ya está muerta.
Luciana
se resiste a aceptar lo obvio y llama a gritos a Maya, sin darse cuenta de que está
a su lado elevando una plegaria por la patrona que las salvo a ella y Atita
luego del destierro. Cuando Maya se acerca más, Luciana le ordena que la tome
de las piernas y la ayude a llevarla al cuarto. Cuando finalmente llegan,
depositan el cuerpo inerte sobre la cama y mientras Luciana lucha por quitarle
la ropa y el corsé a su madre, le ordena a Maya que corra al hospital y busque
al doctor Almenares. Ella sale de la
habitación aun sabiendo que nada podría hacerse
por su patrona, pero no desea contradecir a Luciana. Además, el servicio del doctor
podría ser necesario para alguna de las hermanas, en especial para Scarlet y su
frágil corazón.
Cuando finalmente Luciana libera
a su madre de las ataduras del vestido y el corsé, busca sus signos vitales posandole la oreja sobre el pecho, pero su
corazón no palpita. Las mejillas han perdido el color rosa y sus labios han
adquirido un tono azul. Comienza a perder la poca cordura que le queda y se
retira de la cama dando tres pasos hacia atrás, se lleva ambas manos a la
cabeza y comienza a hiperventilar al comprender que no hay ninguna batalla que
pelear. Scarlett ingresa a la habitación llevando en las manos la pequeña caja
que tenía su madre y se sienta en el extremo inferior de la cama, mientras
que Atita permanece en el umbral de la
puerta.
Pasan los segundos mientras se
quedan en sus lugares observando la mujer que les dio vida. Extrañamente
Frederica lleva todas sus joyas puestas. El anillo de bodas, el de compromiso y
dos más que hacen parte de una reliquia familiar. Dos brazaletes de oro en su
muñeca izquierda, uno de plata y uno de esmeraldas en su muñeca derecha. Un
collar de perlas, un delgado lazo de plata con un dije de diamante y unos
pequeños pendientes que le hace Juego. La
expresión de su rostro, indicaba una muerte llena de tristeza. La tristeza que
cada vez se le marcaba más en las arrugas cuando perdía dinero, y su estilo de
vida de mujer de la élite desaparecía.
Después de una profunda
respiración, Luciana rehace su camino hacia su madre con lágrimas derramándose por sus mejillas y el
dolor goteándole desde el pecho. Le retira los pendientes y Scarlet coloca la pequeña caja de madera sobre
la mesa de noche para ayudarla con los
anillos. Cuando terminan de retirarle todas las joyas, Scarlet toma de nuevo la
caja para depositarlas en ella y al abrirla encuentran una libreta de cuentas y
algo de dinero. Luciana las introduce y al
verle el rostro seco e inexpresivo de Scarlet le pregunta con voz
titubeante la razón de tal impasividad.
-¿Acaso no estás triste porque
mamá haya muerto?-
-Estoy triste porque murió de avaricia y no de amor- Añade en tono
seco y con gran resentimiento. Nunca vio
a su madre ni la mitad de dolida cuando murió su padre. Era una mujer fría como
el oro. Luciana tan solo guarda silencio al no comprender el romanticismo
idealizado que consume a Scarlet.
Mientras tanto Maya corre al hospital donde el doctor Almenares
sostiene una reunión con el Doctor Caicedo, el Doctor Bernal y la Madre
superiora. Discuten sobre los nuevos turnos que deberán cubrir durante la
ausencia del doctor Caicedo, que decidió especializarse en medicina forense y
que viajará a la capital para recibir un curso durante un mes. Evalúan la
posibilidad de contratar nuevo médico y dejar al doctor a cargo de la morgue, a
la cual llegan cada vez más personas con extrañas muertes. Con el correr de los
años, muchas mujeres insatisfechas con maridos abusadores han recurrido al
cianuro como una herramienta para la libertad, pero al ser descubiertas por el
inconfundible olor de almendras amargas han recurrido a métodos menos
rastreables los cuales deben descubrir, y la única manera de hacerlo es
asistiendo al curso de envenenamiento dictado en la universidad de la capital.
También discuten la posibilidad de adiestrar a Luciana y Abril en el arte de la
cirugía y evitarles más turnos nocturnos. Cuando Maya llega le informa al
doctor Almenares lo sucedido, e inmediatamente finaliza la reunión invitando al doctor Caicedo.
-Venga Conmigo doctor, es hora de
que dictamine su primera causa de la muerte-
Cuando llegan, Scarlet se
encuentra en el Jardín regando las flores y
Luciana esta en la
habitación de la madre que se encuentra
nuevamente vestida con el mejor de sus trajes.
Ella los saluda con un asentimiento de cabeza y con los ojos hinchados
de tanto llorar.
-Resignación mi querida niña- El
doctor Almenares coloca una mano en el hombro de Luciana y le regala una
sonrisa compasiva. – ¿Cómo lo está tomando Scarlet? – Pregunta al verla por la
ventana en el jardín.
-La verdad, no lo sé. No parece
triste, más bien decepcionada-
-¿Decepcionada?-
- Si, cree que es muy poco digno
morir de una pena que no sea de amor- Responde Luciana con los ojos llenos de
lágrimas. Mientras tanto el doctor Caicedo evalúa el extraño hematoma en el
pecho de Frederica.
-Le exploto el corazón- Afirma retirándose del cuerpo y uniéndose a
su mentor y a la eficiente enfermera que para él es Luciana.
-¿Exploto?- Pregunta horrorizada.
-Creo que así es. Pero solo puedo
estar seguro abriendo su pecho y evaluando el órgano-
-Nada de eso. ¡No dejare que la
abran como un cerdo!-
-Lo entiendo, y respetaremos sus
deseos- Responde el doctor Almenares, dándole una mirada amonestadora al mayor
de sus aprendices por el poco tacto en sus palabras. Cada vez se convence más
de que la mejor opción para el doctor Caicedo es la de trabajar en la morgue con
los muertos.
-Me encargare de hacer todos los
arreglos para que mañana al medio dia tu madre pueda ser enterrada, y enviare
un coche para que puedas ir con Scarlet de una forma más segura hacia el cementerio -
-Gracias doctor, la verdad no
tengo cabeza ni disposición para ocuparme de eso ahora-
-Lo sé, también deberías tomarte
algunos días para compartir la pena con tu hermana-
-Gracias doctor, aprecio su comprensión.
¿Cuándo desea que vuelva?-
- Tomate el resto de la semana
que yo hablare con la madre superiora. El lunes puedes volver, aunque……- El
doctor se queda meditando la conveniencia de decirle a Luciana sobre el
entrenamiento en cirugía. Tal vez no sea el momento adecuado para adiestrarla
con un cuerpo expuesto, y menos con el cometario poco apropiado del doctor
Caicedo.
-¿Aunque qué?- insiste Luciana al
ver la duda en el rostro del doctor.
-Discutíamos la posibilidad de
entrenarte en cirugía, y el viernes se programó un procedimiento al cual me
gustaría que asistieras- Contesta el doctor con poca seguridad y aplastando la
boca entre los dietes formando una delgada línea en los labios.
-Entonces regresaré el viernes- Responde
Luciana con alegría en la voz. Es algo que siempre deseo pero que nunca se atrevió
a pedir.
-Está bien. Tu nuevo turno
empezará a las siete de la mañana-
-Gracias por la oportunidad
Doctor- Una pequeña sonrisa se dibuja en el rostro de Luciana y el doctor se la
devuelve con un elogio.
-Te lo ganaste Luciana. Eres muy
buena enfermera-
El doctor Almenares se retira de la
habitación seguido por el doctor Caicedo. Luciana lanza al fondo de su corazón
la alegría y vuelve a llenarlo con la tristeza al ver a su madre tendida en la
cama. Se acuesta junto a ella por largo tiempo hasta que se siente lo
suficientemente fuerte para tomar las riendas de un funeral. Se levanta y le ordena a Maya y a Atita preparar la casa
y té para recibir a las personas en el velorio.
Cuando llega la medianoche la
mitad del barrio ha desfilado por la casa Lemaitre expresándoles sus
condolencias a las hermanas que permanecen en las sillas junto al féretro.
Todos salen consternados al ver la actitud impasible de Scarlet, que tan sólo
clava la mirada en los arreglos florales que ella misma organizo para su madre.
Su rostro no expresa pena y la ausencia de lágrimas en su cara contrasta con el
rio que generan los ojos de Luciana. Cuando todos se han ido Scarlet se retira
a la cocina y comienza el ritual nocturno para su medicina, como si nada pasara.
Su actitud desconcierta aún más a Luciana, pero no desea iniciar una discusión
sobre su comportamiento, cree que probablemente ésa es su manera de lidiar con
el dolor. Se retira al cuarto de su madre dejando el cuerpo en la sala
acompañado por Maya y Tiberio para buscar un vestido blanco que colocarle para
el entierro, pero el único que encuentran es el vestido blanco con el que se
casó, entonces decide ajustarlo quitándole los bordados, canutillos y
lentejuelas.
Cuando llega el amanecer, ambas
hermanas han terminado con sus tareas. Luciana toma todos los sobrantes del
vestido y busca un lugar en donde guardarlos. Encuentran en el fondo del
armario una pequeña caja metálica negra con flores dibujadas en la tapa. Cuando
la abre encuentra un manojo de cartas unidas por una cinta y sobre ellas una
rosa seca.
Luciana toma una de las cartas, creyendo
que se trata de una misiva de amor enviada por su padre, pero al observar la letra
y firma del remitente su corazón quiere estallar al igual que el de su madre.
La empatía y el amor que sentía por la mujer que le dio vida son reemplazados
por el desprecio.
-¿Qué sucede?-Preguntar Scarlet
desde la puerta al verle el rostro descompuesto a su hermana.
-Nada- Se limita a contestar
Luciana mientras guarda nuevamente las cartas en la caja, pero Scarlet se da
cuenta de que intenta ocultarle algo y corre hacia ella para quitárselas. Las toma bruscamente, se aleja un poco y comienza
leer mientras que Luciana se limpia de las mejillas las enormes gotas de furia
que escapan de sus ojos.
-¿Quiénes es Joaquín?- Pregunta Scarlet
cuando termina de leer la carta y el nombre del remitente.
-Era un amigo de papa- Responde
Luciana con amargura. -Murió poco después de que tú nacieras-
-¿Y cómo murió?-
-¿Para que desea saberlo?-
-Me gustaría saber más que el
hombre que amó mamá-
-¡Acaso no te das cuenta de que
engañaba a nuestro padre!- Le grita Luciana. El romanticismo absurdo de Scarlet
la vuelve loca.
-El amor no te permite escoger
Luciana. A veces nos enamoramos de la persona equivocada y es un privilegio
para pocos lograr estar con el verdadero
amor- Scarlet se acerca a su hermana y
la abraza buscando suavizar su reacción. – Sacrificar los sentimientos de amor
por la felicidad de otro es lo más noble de este mundo- Agrega y finalmente
rompe en llanto al comprender que su madre amo, aunque no lo hizo nunca por su
padre.
Luego de un corto descanso las hermanas
preparan de nuevo su luto con vestidos negros y
sombreros con velo de crepe. A las once una carroza fúnebre y un elegante
carro negro enviado por el doctor Almenares, esperan frente a la casa. Primero ubican
el cuerpo de Frederica en la carroza, luego Luciana, Scalet y las dos criadas
suben al carro para dar inicio al cortejo fúnebre que las llevaría hasta el
cementerio. En esta ocasión los asistentes al sepelio se desconciertan al ver
la escena de la noche anterior modificada en los rostros de las hermanas. Ahora
es Luciana la que permanece imperturbable y apática, mientras que Scarlet llora
descorazonadamente sobre el hombre de Maya. Como si se turnaran el dolor y sufrimiento.
Cuando termina el sepelio los
asistentes se dispersan y Luciana regresa al coche. Al ver que Scarlet no
ingresa tras ella, corre la cortina de la pequeña ventana y la ve colocándole a
la tumba un hermoso arreglo hecho solamente con corazones sangrantes. Vuelve a
su lugar y la espera pacientemente. No entiende la empatía de Scarlet por un
amor clandestino, pero no está dispuesta a entablar otra conversación para
tratar de comprenderlo. Cuando ingresa
al coche inician su camino de regreso a
casa en total silencio, pero cuando pasan por la plaza principal Scarlet se
gira hacia su hermana y le ofrece una sonrisa suplicante.
-¿Puedo abrir la cortina y mirar
por la ventana?-
Luciana asiente y le devuelven
una sonrisa complaciente. No cree que represente un peligro para ella.
Considera que a pesar de las circunstancias debe aprovechar la oportunidad de
observar el mundo, ya que se encuentran protegida en el coche. Inmediatamente Scarlet corre la cortina de la ventana
y observa a través del cristal el agite de la ciudad. Se deleita al ver las
palenqueras con sus enormes platones llenos de fruta sobre sus cabezas y le
sonreía a cada niño que le agitaba su mano en despedida cuando pasan cerca. Pero
una extraña sensación de sentirse observada hace que vuelva a cerrar la cortina
y continúe el resto del camino en silencio.
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A las ocho de la mañana Gerard
abre los ojos a un nuevo dia. Le fue difícil conciliar el sueño luego de la conversación
con Cedric sobre Luciana. Primero por
los enormes ronquidos de su compañero de cuarto y segundo porque no paraba de
repasar en su mente la mejor manera de ofrecerle excusas a su diosa de agua por
su terrible comportamiento. No lograba encontrar palabras suficientemente
amables para recompensarla por el insulto, y el
miedo de ser rechazado le apretaba el corazón y le agitaba las tripas. Toma
una ducha rápida y decide ir al hospital para buscar empleo como lo sugirió Cedric,
pero principalmente para tratar de averiguar algo más sobre Luciana. Cuando
baja las escalas llega al comedor y encuentra a Martina sirviendo un enorme
desayuno.
-Buenos días Martina-
-Buenos días Doctor, espero que
disfrute su desayuno-
-Estoy seguro de que así será- Responde
Gerard y se ubica en la silla frente al
banquete dispuesto para él.
-¿Puedo servirle en algo más?-
-¿Sabes que un buen lugar para
comprar ropa elegante?-
-¿Elegante?- Pregunta confundida.
-Sí, deseo comprar algo elegante
y fino para buscar empleo en el hospital-
-Entiendo doctor, pero no puedo
ayudarlo. No conozco ningún sitio con ropa fina- Contesta Martina sonrojándose.
Gerard se avergüenza al
comprender la posible humillación a la que la expone. Una mujer de su nivel no puede darse el
privilegio de comprar ropa, y mucho menos ropa elegante y fina.
-Lo lamento Martina si te hice
sentir incómoda-
-No se preocupe, estoy bien.-
-¿Petra podría ayudarme?- Gerard
intenta desviar la conversación.
-No lo sé- Responde encogiéndose de hombros.
-¿Podrías preguntarle?-
-No se encuentra, acaba de salir
para un sepelio-
-Está bien, Gracias- Murmura
Gerard y se concentra en su plato mientras que Martina se gira y lo deja solo. Evalúa sus opciones y decirme preguntarle a Mariano
Dávila cuando pase por el banco para retirar dinero.
Cuando llega al banco encuentra
una hilera de personas frente al mostrador donde atiende un hombre joven. Se
ubica al final de la fila esperando su turno, pero cuando Mariano Davila lo ve
sale inmediatamente a su encuentro.
-Buenos días Señor Decout, ¿En qué
puedo ayudarlo?- Pregunta servil y con una exagerada sonrisa.
-Vengo a retirar algo de dinero-
-¿Qué cantidad necesita?-
-Lo suficiente para comprar
algunos trajes elegantes, además de su consejo-
-¿Mi consejo?-
- Sobre un lugar donde pueda encontrarlos-
-Claro que sí. Tan sólo permítame
terminar con un nuevo cliente- Exclama
acercandole una silla a Gerard. – En un momento estaré con usted de nuevo- Agrega
y se gira dejándolo solo para continuar una conversación en su escritorio con
un hombre de extraño bigote que juega con su bastón. Cuando terminan, el hombre se retira pasando cerca de Gerard y le regala un asentimiento con la cabeza
mientras que Mariano Davila le regala su sonrisa aduladora.
- Ahora Señor Decout, soy todo suyo-
-Sólo necesito dinero- Responde
con tono seco.
-Por supuesto. Le traeré lo
suficiente para que pueda comprar cinco trajes y la dirección en la que puede
hallarlos- Responde Mariano con seriedad
y eficiencia al comprender que Gerard no es un hombre al que le guste que lo
adulen.
Gerard se retira del banco y se dirige
con el dinero al almacén de un ilustre
sastre cerca a la plaza principal. Se prueba algunos de los trajes pero solo se
decide por dos de ellos, y le encarga el
resto para el fin de semana. Espera pacientemente que el sastre le tome las
medidas para confeccionarle sobre medida
los que restan y se coloca uno para a ir
al hospital y probar su suerte en el trabajo y en el amor.
Toma la bolsa con el segundo
traje y sale del almacén con renovada apariencia y actitud. Camina feliz y
confiado por la calle, contemplando la idea de volver a ser la persona que dejo
en Francia. Un prestigioso médico y un pobre hombre enamorado. Su sonrisa se
hace más grande cuando imagina un futuro con Luciana, pero cuando un coche
negro pasa frente a él, se lleva su sonrisa y su seguridad cae al piso al igual
que la bolsa que llevaba en las manos.
Habían pasado casi cuatro años
desde que vio por última vez aquel rostro de dulces ojos verdes esmeralda y enmarcado
por una hermosa cabellera roja. Siente como
si la muerte le devolviera el pedazo de su vida que había muerto, solo para
compensarlo por el dolor que durante todos esos años había soportado. Intenta salir
corriendo tras el coche, pero el recuerdo congelado de su esposa se le esparce
por el cuerpo dejándolo helado en medio de la calle.
-¡Abigail!- Susurra incrédulo mientras
observa el coche que se aleja.